- 9 minutos de lectura‘
“Moviendo las cabezas”. El latiguillo era el santo y seña para que las modelos agitaran sus cabellos y mostraran la vitalidad de sus peinados. Roberto Giordano acuñó aquella directiva que impuso desde un ámbito alejado de las predilecciones populares, pero que él logró instalar a fuerza de empeño y su constancia para habitar los medios de comunicación, estar cerca de las grandes estrellas del espectáculo y coquetear con la clase política. Le dio al universo glamoroso de la moda envergadura masiva.
Este mediodía, el peluquero falleció en el sanatorio Mater Dei«>el peluquero falleció en el sanatorio Mater Dei, ubicado en el porteño barrio de Palermo Chico, donde se encontraba internado debido a una intervención cardíaca programada. Giordano se iba a someter a un TAVI, una técnica que consiste en el reemplazo de la válvula aórtica transcatéter. Desde hacía algunos años, era un paciente con riesgo cardiaco y a quien ya le habían practicado tres bypass. La fragilidad de su físico no le permitió tolerar la nueva intervención.
Sus últimos años los transcurrió instalado en Uruguay, país al que recurrió luego de quebrar su empresa en Argentina -una cadena de salones de peluquería y franquicias que se había transformado en un imperio- y ser investigado por irregularidades financieras.
Roberto Giordano no sólo atendía a estrellas como Mirtha Legrand o Valeria Mazza, él mismo siempre trabajó para convertirse en una figura famosa. Lo logró. A pesar de su dicción discreta, se atrevió a conducir desfiles de modas y hasta contar con su propio espacio televisivo. En la década del noventa, su alto perfil lo transformó en un mimado de la clase dirigente, emparentado con el menemismo.
En esos tiempos, Giordano era un personaje requerido por los medios de comunicación, las figuras del espectáculo que no querían quedarse afuera de un engranaje de visibilidad “cool” y las clientas que encontraban en él un status aspiracional.
Si algo caracterizó a Roberto Giordano fue su incansable ritmo laboral. Se despertaba al alba y no cesaba su actividad hasta la medianoche. Su anhelo de prosperidad residía, en gran medida, en una infancia y primera juventud marcada por algunas carencias económicas.
Había nacido en Quilmes en 1945, en el seno de una familia trabajadora donde nada sobraba y, cada tanto, las falencias materiales se hacían sentir. Ludovico, su padre, fue un inmigrante italiano que había aprendido el trabajo de electricista en el hacer para ganarse el pan. Isabel, su mamá, era ama de casa y quien se encargaba de supervisar que sus tres hijos cumplieran con sus obligaciones escolares, una prioridad familiar, sabiendo que la formación era el paso fundamental para que ellos pudieran crecer y desarrollarse, y superar una vida de privaciones. Los Giordano vivían en una casa sumamente humilde cuyo baño quedaba fuera de la propiedad. “Si hacía mucho frío, prefería aguantarme”, confesó alguna vez el estilista.
Su abuelo paterno había sido un sastre siciliano y de quien Roberto habría heredado su vocación por el mundo del estilismo.
La leyenda cuenta que siendo jovencito se adentró en el mundo de las peluquerías, aunque, al comienzo, con roles que no eran de su agrado, el pago del derecho de piso: “Empecé barriendo una peluquería de mi barrio”. Tal era su afición y su dedicación que fue trasladado a una sucursal del centro de Buenos Aires, donde comenzó a cortar el pelo, oficio que había aprendido en ese mismo lugar, escoba en mano y entre barrida y barrida. En poco tiempo, pudo acceder a un pequeño automóvil, con el que se trasladaba del salón de corte capitalino hasta su casa en el conurbano sur.
“Hay que trabajar de sol a sol”, le decía su padre. Aquel mantra caló hondo en él, al punto tal de repetírselo a los empleados que formaban parte de su staff.
En los ochenta ya tenía montado su primer salón. Aquel local de la calle Güemes en el barrio de Palermo que se convirtió en la punta de lanza de su imperio. Las paredes espejadas muy “noventosas” fueron un símbolo. En ese tiempo, también comenzó a conducir sus propios desfiles en Pinamar. Se trataba de presentaciones donde se mostraba la ropa de diversos diseñadores o casas de moda y, paralelamente, hacía referencia a los peinados de las modelos.
Fue, sin dudas, durante la década del noventa cuando despegó su fama y se incrementó en unos cuantos ceros su patrimonio. Cuando Mirtha Legrand regresó a la televisión abierta con el ciclo Mirtha para todos, por la pantalla de la estatal Argentina Televisora Color (ATC), el peluquero acompañó a la diva, quien se convirtió en una suerte de “modelo oficial” ad hoc.
En simultáneo, Roberto Giordano inventó los desfiles multitudinarios en Punta del Este. Acompañado por Teté Coustarot en la conducción, el coiffeur encontró una gran fórmula sostenida en la moda y en los profusos avisos publicitarios que implicaban las pasadas de las diversas casas de moda.
“Qué noche, Teté” era el latiguillo que utilizaba para reforzar la grandilocuencia y el clima festivo de esas noches de glamour en el sector al aire libre del entonces Conrad Hotel frente a Playa Mansa. Esas presentaciones convocaban a miles de personas dispuestas a “pertenecer” sentándose a pocos metros del jet set internacional que se daba cita.
Sofía Loren, Robert de Niro y Alain Delon fueron algunas de las estrellas internacionales que engalanaron los desfiles, acompañados por nombres locales como los de Mirtha Legrand, Diego Maradona, Gabriel Corrado o Andrea del Boca. Susana Giménez no era de la partida, la diva pertenecía a la cofradía de Miguel Romano, el otro divo de la peluquería que atendía a la conductora de Telefe. Entre Giordano y Romano existía un armisticio de palabra, pero una gran competencia profesional.
Sobre la pasarela de los desfiles de Giordano estaban las top del momento, destacándose la presencia de las jovencitas Nicole Neumann y Carolina “Pampita” Ardohain. Se dice que ambas pujaban en el saludo final para poder ubicarse en el codiciado sitial al lado del maestro de ceremonias.
Tal fue el éxito de los desfiles multitudinarios que replicó la iniciativa en lugares paradisíacos del país como las Cataratas del Iguazú.
Roberto Giordano se convirtió en un descubridor de mannequins. El caso más emblemático fue cuando en un desfile organizado por él en Paraná, hizo desfilar a una adolescente de 17 años llamada Valeria Mazza. En la platea, la mirada de Mirtha Legrand se depositó en ella y fue quien impulsó al peluquero a que no pasase por alto a esa chica que se destacaba del resto.
A lo largo de tantos años de carrera, Giordano impulsó a nuevos talentos de la moda y confirmó los nombres de top models como Teresa Garbesi, Andrea Frigerio, Dolores Barreiro, Carolina Peleritti, Daniela Cardone y Elizabeth Márquez, entre muchas otras.
En simultáneo a estos emprendimientos sobre la pasarela, Giordano “jugaba” a ser conductor de televisión. A pesar de su endeble dicción y su escasa capacidad para redondear frases, el peluquero logró tener, también en la década del noventa, su programa de televisión.
El envío se llamó Video moda y se emitía por ATC a primera hora de la tarde. Eran tiempos de la llamada “convertibilidad” monetaria, con lo cual el “uno a uno” que empataba el valor del peso argentino y el dólar, que fue una tragedia para tantas pymes, a Giordano le significó la posibilidad de desplegar su formato y grabar en ciudades como París o Nueva York.
En simultáneo, su cadena de peluquerías continuaba creciendo en base a un modelo de franquicias. Roberto Giordano había logrado su cometido, su nombre ya era una marca y su figura había ganado notoriedad popular.
Tan famoso era que solía ser convocado por la televisión para asistir a programas como el de Marcelo Tinelli, aunque muchas veces su figura era tomada con sorna. Él se sumaba al juego. En su ecuación todo era válido en pos de acentuar su trascendencia masiva y seguir acumulando fortuna.
Fue en esos tiempos cuando, en las inmediaciones del estadio de River Plate, fue atacado por barras bravas. Su simpatía furiosa con Boca Juniors no había sido bien vista por los iracundos que le propinaron una paliza irracional. Tirado en el piso, el peluquero gritaba “no me peguen, soy Giordano”. Otra frase que pasó a la posteridad. En él, todo se capitalizaba positivamente hasta que el negocio comenzó a sucumbir.
Roberto Giordano fue condenado meses atrás a tres años de prisión por “insolvencia fraudulenta”, tras declararse culpable ante el juez Jorge Alejandro Zabala, de crear empresas falsas y utilizar testaferros para ocultar bienes y evitar el embargo por la Justicia.
El hombre, que había llegado a tener a su cargo cerca de quinientos empleados y manejar una red de 25 sucursales en el país y el exterior, comenzó a tropezar financieramente a partir de 2001.
A la crisis económica del país, se le sumaron las denuncias de algunos empleados. Sueldos con un porcentaje abonado “en negro” y cargas sociales que no se pagaban habrían sido algunos de los argumentos de los trabajadores de su empresa que testimoniaron. También salieron a la luz deudas con la AFIP y papeles que no estaban en orden. Los allanamientos de la Justicia no se hicieron esperar.
Finalmente, Roberto Giordano se radicó en Uruguay y sus locales fueron cerrados. Ya no contaba con pantalla propia en la televisión, las figuras le eran esquivas, al menos públicamente, y su nombre ya no figuraba entre las predilecciones de las celebridades ni de las señoras de la aristocracia. Cayó en desgracia y, como suele suceder, los “amigos del campeón” rápidamente desaparecieron.
Este mediodía Roberto Giordano falleció acompañado por su familia, a la que adoraba. Marcó una época. Convirtió al mundo de la peluquería en un arte masivo y le dio a los desfiles envergadura de show. Descubrió modelos que se convertirían en nombres internacionales. Fue un generador de estrellas. Y él mismo lo fue mientras duró su negocio. La Justicia lo acorraló. Y allí se cayó su imperio glamorosamente impúdico. Sus restos serán inhumados mañana en el Cementerio de la Chacarita.
Seguí leyendo
Conforme a los criterios de