domingo, 19 octubre, 2025
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Lucho Vigoni: Seguimos trabajando en transferencia de recursos, cuando lo que hay que hacer es acompañar la vida

La primera marcha en la que participó, a las 12 años, fue contra el ajuste de López Murphy en el final del gobierno de la Alianza, en 2001. En la noche previa aprendió a pintar carteles en la casa de los Escobedo, una familia del lado “Sal Gruesa” de Gálvez, el más popular de la ciudad.

Tal vez haya sido la influencia del abuelo que admiraba a Fidel, o la de sus padres, que desde la Iglesia y el club le mostraron los caminos para “un mundo más igual y solidario”. Lo cierto es que a Luciano Vigoni nunca le pasaron por el costado las necesidades ajenas. Fueron y son su obsesión.

Fue durante diez años director del programa Nueva Oportunidad, un intento por acompañar desde el Estado la vida en los barrios que el Frente Progresista pudo mostrar como política exitosa de inclusión en el ámbito de la seguridad. Vigoni siempre militó en el socialismo, pero no tanto desde las organizaciones típicas del partido de la Rosa, sino más bien desde la territorialidad.

La construcción que lidera Carlos del Frade en la provincia lo sumó al Frente Amplio por la Soberanía, junto con otros socialistas desencantados por la conformación de Unidos y hoy aglutinados en Encuentro por Rosario, y ahora es uno de los candidatos a diputado nacional de cara a las elecciones del 26 de octubre.

Vigoni sueña con que un pibe de los barrios llegue “a un lugar de representación real” y propone como medida prioritaria un gran plan de acompañamiento que incluya la tarea conjunta de clubes, vecinales y organizaciones sociales.

—¿Me contás cómo te fuiste involucrando en las cuestiones sociales y políticas?

—Desde muy pequeño estoy vinculado a cuestiones que tienen que ver con la política. Soy primera generación de universitario, mi viejo metalúrgico, mi vieja ama de casa, cuatro hermanos. Una familia muy religiosa, en términos sociales. Mi vieja con mucha sensibilidad, en términos de sensibilizarnos con los que peor la pasan. Siempre hubo algo que atravesó mi vida, eso de decir: «Che, quiero pasar por este mundo y hacer algo para que esto sea un poco más igual y solidario”.

—¿Cómo era tu Gálvez natal?

—Gálvez se divide en dos: Sal Fina y Sal Gruesa, a uno y otro lado de la vía. Yo nací del lado de Sal Gruesa, con lo cual mi club de barrio es el Ceci.

—¿Cómo sería eso de Sal Gruesa?

—Es un barrio mucho más popular, si se quiere. Nosotros nacimos en calle de tierra, mi vieja fue parte de las que buscó la guita para hacer las cloacas, y la Muni ponía las máquinas y ella iba cobrándole a cada vecino.

Siempre estuvimos muy vinculados a la participación. Mis viejos durante 15 años fueron parte de un grupo que organizaba comidas, cumpleaños de 15, fiesta de los abuelos, ellos ponían la mano de obra y lo que se cobraba iba para que nosotros juguemos al básquet. Mi abuelo, un ferroviario que no sabía leer, decía que era comunista, que era castrista, un seguidor de Fidel. Era una familia con mucha discusión política.

—¿Tus viejos qué eran, políticamente hablando?

—Un poco Alfonsín, después más vinculado al peronismo, muy enojado siempre con lo gremial, porque él laburaba en Czerweny, es una fábrica que quiebra, que después se hace cooperativa, él puso su seguro de desempleo ahí.

—Tu vieja siempre vinculada a la Iglesia.

—Sí, mi viejo también, ambos. A la iglesia y el club. Todavía en mi casa se hace la bendición de la mesa.

—Y tenías al zurdito del abuelo (risas).

—Y tenía mi abuelo que era re zurdo, pero además era cambista. Mi familia se divide en ferroviarios de parte de mi mamá, y metalúrgicos de parte de mi viejo. Y el era cambista, no era maquinista, como después fue mi tío. Es alguien que fue hasta sexto grado, sin embargo con una cultura en términos de política muy de izquierda.

—¿Cambista qué significa?

—Cambista eran los que enganchaban los vagones, no viajaban.

—¿Cuál fue tu primera experiencia política en Gálvez?

—Yo tenía 12 años. Al final del gobierno de la Alianza se da el recorte de López Murphy y se arma una marcha en Gálvez. Yo esa noche estuve en la casa de los Escobedo, que son una familia de allá, pintando carteles. Fue mi primera marcha. No tenía los 13 todavía. Imaginate, para un pibe de Gálvez estar a las doce y media, una, pintando carteles, escuchando “Señor Cobranza”, en una casa con pibes y pibas de quinto año, y mi vieja acompañando eso. Y después, a partir de ahí, participé en un espacio que se llamaba “Juventud, Lucha y Compromiso”, que entre las actividades que hacía estaban los recitales de los 24 de marzo.

—¿A Rosario venís a estudiar?

—Sí, elijo Ciencias Políticas, sin venir de una familia profesional. Nosotros veníamos de una familia clase media, a veces para arriba, a veces para abajo. Obviamente hubieran preferido que yo sea abogado, médico, y sin embargo acompañaron mi elección de Ciencias Políticas, sin saber demasiado de qué se trataba.

La Teología de la Liberación para mí fue un encuadre, fue un conocimiento de un algo que conectaba lo religioso con las desigualdades, que fue algo que siempre me atravesó.

Nosotros agarramos la racha del 2003, con lo cual mis viejos nos mandan a estudiar a mí y a mi hermana, pero también había que empujar. Entonces, en el segundo año yo laburé en juguetería, laburé en piletas, hacía guardavidas en Gálvez.

Y mi primera experiencia acá fue la militancia barrial.

—¿Ahí ya estabas en el socialismo?

—No, yo llego y en Sociología leo el Manifiesto Comunista. Lo llamé a mi viejo y le dije: «Acá está, esto es lo que te pasa a vos”. Yo vi a mi viejo metalúrgico dedicarle 12, 14, 15 horas de laburo y su vida era la fábrica. Y así, intuitivamente, pensaba que lo que hiciera para ganarme un mango, aparte de la militancia, tendría que ser para garantizar derechos. No anulando el otro. Es lo que siempre anhelé y es lo que quiero y pienso en relación a las políticas públicas y al Estado.

Mi militancia tampoco fue universitaria, primero porque trabajé, segundo porque tampoco era un gran estudiante en términos de ir primero, sentarme, tomar notas, mi constancia era irregular, pero sí empecé al toque a participar en apoyo escolar en el barrio de la Sexta.

—¿Individualmente?

—Me anoté en un taller que hacía apoyo escolar, que era del MNR (Movimiento Nacional Reformista). Y hacían apoyo escolar en La Sexta. Y ahí le planteé a uno de los compañeros que me invita a militar en el MNR, que yo quería militar más en el territorio, y me presentan a algunos compañeras, sobre todo en La Quinta, y empezamos una experiencia de militancia en La Lata, sobre todo Rueda entre Corrientes y Paraguay. Ahí tuve la mayor cantidad de militancia y participaba de los centros socialistas.

—Ahí sí llegaste el socialismo.

—Ahí empecé a participar orgánicamente en el Partido Socialista. Estuve con Mónica Fein cuatro años en la Cámara de Diputados. Para mí fue una gran posibilidad. Acompañé a Mónica en toda la campaña cuando ella sale como candidata a intendenta.

Nosotros somos una camada que no transitamos por el MNR, sino que el elegimos la militancia territorial. Y una discusión hacia dentro siempre fue qué lugar tiene lo territorial en la toma de definición en un partido. Pasaron los años y a mí me sigue pasando, sigo interpelado por lo mismo: que a mí me resulta difícil pensar que lo que no pasa por el cuero hoy se pueda representar.

Uno puede sensibilizarse, pero las formas de vida son bastante distantes en relación a la violencia, los recursos materiales, a la desigualdades materiales y también a la producción de subjetividad en lugares donde la violencia, donde el colectivo, donde la zanja… Y me parece que eso tiene muy poca representación en la política.

—¿Cuál es tu sueño?

—Mi utopía siempre fue que un pibe que participa con nosotros llegue a un lugar de representación real, en los legislativos o en los ejecutivos. Obviamente, antes era un poco más basista en el análisis, creía que eso podía ser más lineal.

Pero no solamente la política se reproduce a sí misma y tiene barreras no intencionales para que eso no acontezca, sino que también en nuestra organización popular es muy complejo que un compañero llegue, por las condiciones materiales, por lo que implica poder sostenerte para hacer una carrera o una militancia que te permita estar en el lugar de definiciones. Y obviamente por un marketing político que ocupa un lugar mayor por sobre la idea.

Pero siempre mi anhelo y el de muchos compañeros fue: “¿Qué lugar tienen los compañeros en la toma de definición y cómo construimos una juventud en donde en algún momento pueda tomar definiciones?”

—¿Cuál es tu mirada de las políticas públicas?

—Los compañeros que tuvimos posibilidad de estar en la gestión siempre estuvimos mucho más vinculados a lo territorial, a la violencia, a las pibes y los pibes, y a lo que pasa territorialmente, que a otras dimensiones de la política pública.

Me interesa fundamentalmente eso, pensar en políticas sociales que no tengan que ver con la inmediatez y con la transferencia de recursos, sino con disputarle al mercado, a las redes, una forma de producción de subjetividad, que hoy está muy dada por el celular, que está muy dada por el mercado, sobre todo por la lógica de costo-beneficio.

Creemos que el Estado, y nosotros hemos sido parte durante mucho tiempo y no la vimos, seguimos trabajando en lo alimentario, seguimos trabajando políticas de transferencia de recursos, cuando lo que había que hacer era acompañar la vida.

—¿Por qué te alejaste del socialismo?

—Cuando el Partido Socialista tomó la definición de integrar Unidos, para nosotros era muy difícil acompañar esa definición. Nos resultaba muy pesado acompañar algunas definiciones, sobre todo en una ciudad donde con el PRO tenemos una mirada antagónica de la realidad, y también con algunos actores de Unidos.

Tomamos una definición junto con Leo (Caruana), que fue secretario de Salud durante 12 años, y nos incorporamos al Frente Amplio por la Soberanía, junto a (Mónica) Balagué, a los compañeros de Bases, para transitar un camino que es el alero nuestro, que es una izquierda nacional que esté por fuera de los grandes partidos. Porque también creemos que los grandes frentes vienen mostrando a la hora de gobernar que se tiene que resignar por poder demasiada identidad. Y cuando vos resignás demasiada identidad las transformaciones son superfluas.

Nosotros estamos parados en que queremos gobernar sin ningún tipo de duda, eso en el marco de alianzas y de frentes, pero también nuestra experiencia en gestión indica que no alcanza ya con pequeñas reformas, con maquillaje. Me parece que hay dos o tres temas en que hay que pegar una transformación profunda. Y por eso es que el Frente Amplio por la Soberanía hoy no se integra con ninguno de los otros frentes.

Obviamente hay sectores con los que compartimos una mirada en relación a lo que acontece con Milei, de pararlo. Pero no solamente es parar, es construir una alternativa que no puede ser sin revisión.

—¿Cuáles son las líneas de trabajo que están elaborando?

—El narcotráfico ocupa un lugar central en nuestra cotidianidad, en relación a lo económico y en relación a la generación de identidad. Cuando ya es estructural, como está aconteciendo en nuestra ciudad, en nuestra provincia, en este país y en Latinoamérica, después de 20 años, esas prácticas se van constituyendo.

Pero el narcotráfico fue extendiendo, entre el endeudamiento, el juego clandestino y otras cuestiones, alguna dimensión en donde hoy no solamente determina el ingreso, sino determina las prácticas y forma de vincularse, y no solo territorialmente.

—¿Cuáles son los ejes centrales de la propuesta?

—Me parece que hay dos ejes que son centrales: uno es el trabajo, de qué va a trabajar la muchachada. Si el gobierno no está en condiciones de discutir de qué va a trabajar su pueblo, o solamente va a reducir daño y se dedica a administrar y a tensionar algunas dimensiones, porque el trabajo no solamente es el gran vector del siglo XX en relación a la inclusión junto con la educación, sino que es la actividad constitutiva del sujeto por excelencia a lo largo de la vida. No es lo que a vos te permite ganar un salario, es lo que a vos te constituye como sujeto.

Entonces, en un mundo que es global, es financiero y es tecnológico, nosotros tenemos que pensar el trabajo, no solamente el trabajo sino también qué modelo productivo nosotros vamos a discutir para estas tierras. Si vamos a seguir siendo extranjerizantes o no.

Bueno, no podemos seguir con un Estado que protege cada vez a los que más tienen y que no discute estratégicamente en el largo plazo un modelo productivo.

—¿El otro eje cuál es?

—Para nosotros el principal quilombo que tenemos es la angustia, de cómo la dejamos de transitar de manera individual y la podemos empezar a transitar de manera colectiva. Hay en un régimen de desigualdades múltiples donde cada uno entiende que lo que le pasa, le pasa individualmente.

Yo estoy mucho con los clubes, recorriendo. Vos vas a lugares donde hay cuatro clubes cerrados, ves la infraestructura, los hijos o los nietos de los que fundaron el club agarran la comisión, pero no puede sostener su club a empanadas y pollos, porque la infraestructura alguien la tiene que sostener. Y si esa infraestructura no la sostienen, o la agarra un narco, o la agarra un tipo para alquilarle para hacer un buffet.

En Gálvez yo iba a la escuela, dejaba la bici, me iba al club y quedaba ahí hasta las 7 de la tarde. Yo me iba a las 2 de la tarde y volvía a las 8 de la noche.

Había, junto al trabajo, una red de organizaciones donde el cuidado era colectivo y donde vos transitabas la vida un poco más en comunidad. Bueno, la tecnología impactó y el Estado abonó a todas propuestas individuales. Entonces, el trabajo y la producción de subjetividad para mí son los dos grandes elementos que este país tiene que discutir.

—¿A qué le llamás producción de subjetividad?

—Acompañar la vida. A que hoy los pibes construyen su subjetividad, su pensamiento, sus sentires… Y hoy la forma de entender el mundo es (a través de) las redes, si no hay ganancia no sirve, o sea todo en términos de un modelo económico. Esto es el gran triunfo del neoliberalismo, que más allá que tuvimos gobiernos populares, a mí me gusta hablar en continuado. De los 70 hasta acá todo esto fue siempre en decadencia, más allá que hubo gobiernos que ampliaron derechos. En relación a esto, penetró tanto que hoy la vida vale si vos tenés “llanta”, si tenés gorrita, si podés ir a Brasil y a Florianópolis, o sea, cada sector en su lugar.

Entonces, hay una producción de subjetividad que está dada, que es cómo vos te vas constituyendo con tu sujeto en donde lo colectivo o el otro no aparece.

Hoy no hay temporalidad para que los vínculos puedan producirse, fundamentalmente es todo más volátil. Bueno, la pibada está sola. Yo pongo el foco ahí.

—¿Cómo se hace desde la práctica de un cargo, en este caso puede ser diputado, para modificar eso? ¿A través de qué proyecto?

—Nosotros tenemos dos líneas. Yo estuve a cargo 10 años del Nueva Oportunidad. Soy crítico en relación de muchas cosas, pero para mí hay un algo ahí, que es el acompañar la vida, el vínculo. Cada grupo tenía dos acompañantes. A nosotros lo que nos permitió ver el acompañamiento son dos cosas: una que no hay piba o pibe con el que vos no puedas trabajar, siempre y cuando haya una propuesta que sea real y cotidiana. No un taller cada tanto. La vinculación para nosotros resulta central. Acompañar la vida resulta central.

Y el otro eje es lo colectivo. Acompañar la vida en procesos colectivos. Para mí el proyecto es un gran plan territorial de cuidado, que en Rosario implicaría tomar todos los clubes, que hay más de 300, vecinales y organizaciones.

Yo creo que el Estado, vía Ministerio de Educación, que es el que puede materializar eso, tiene que pagarles a los clubes la infraestructura y los docentes. A las vecinales pagarles la infraestructura y docentes en lo cultural. Y las organizaciones, que ya tienen una propia lógica de elaborar lo cultural.

Cada club debería hacerse cargo de la población que tiene adscripta a ese espacio, en vinculación con las instituciones que están en ese territorio. Entonces, yo al club le pago la infraestructura y el docente. Ahora, todos las pibas y los pibes de este barrio van a ir a hacer deporte allí. Vamos a ir viendo como es esa vuelta a la escuela, en una coordinación entre la escuela, el club, la vecinal y el centro de salud.

A mí me parece que si nosotros acompañamos la vida de los cuatro, de los tres, de los cinco, a los 24, indefectiblemente se van a achicar los niveles de violencia, pero también nos va a ir generando otra potencialidad. Es una política a 15 años, no es una política a dos años.

Me parece que vos cuando acompañes la vida, porque la particularidad que tiene esto es que en el club no va a estar solo el docente, va a haber una estructura que acompañe y que dé cuenta de estos pibes, cosa que yo creo que lo tiene que tener en la escuela.

Yo a cualquier docente de esta de esta provincia le pregunto, «¿Te rendiría que en el aula haya dos compañeros o compañeras que puedan ir laburando la situación de la piba, del pibe que no morfa y que tiene la familia en cana, y que tiene la familia con depresión y con ansiedad, que pueda acompañar la singularidad y tratar de resolver las cositas que van haciendo que no puedan transitar por la escuela? Y lo voy vinculando a esos acompañantes con los acompañantes del club.

—¿Cómo se inicia este proceso?

—Se tiene que hacer una política de dimensión, esto no es en un club, tiene que ser en todos los clubes. Y si no querés arrancar con todos los clubes, arranquemos con los barrios donde tenemos mayores índices de pibes que no van a la escuela, de violencia y demás.

No es un gran recurso el que se necesita. Cuando vos agarrás lo que gastamos en seguridad y lo que nosotros podemos gastar en un programa como este, para un presupuesto nacional, no es guita.

Entonces, a mí me parece que hay que animarse a decir: «Estamos rotos, necesitamos acompañar la vida, porque tampoco la escuela en breve va a poder seguir y los sistemas de salud tampoco”.

Está duro enseñar en un pizarrón con 20 pibas y pibes atravesados por estas complejidades, donde está el juego, donde está el casinito, donde están los problemas de angustia, de depresión.

No resulta demasiado novedoso ni nada tan estrambótico como para traer especialistas del Banco Mundial para desarrollar un programa. Es acompañar la vida con lo que existe institucionalmente.

—¿Qué pasa si no se avanza en ese sentido?

—Que para mí acá está el quiebre. Si nosotros esto no lo hacemos rápido, mi pregunta es, ¿quién va a sostener la infraestructura de clubes que ya tienen 60 o 70 años y que hoy el pollo y la empanada sirve para que los pibes jueguen y pagarle al docente, no para sostener la infraestructura de 300 clubes? ¿Qué va a hacer el Estado? ¿Va a dejar que todos esos clubes se caigan?

Entonces, me parece que ahí hay una definición y en esto creo que no puede ser únicamente municipal y provincial, yo creo que tiene que estar algo de los tres niveles en línea. Porque, si no, en política social tenés el gran invento argentino, y tenés que cada uno que llega se imagina que es novedoso y arranca de cero.

En lo social, un día das alimentos, otro día das tarjeta, otro día tenés programa de capacitaciones para jóvenes, otro día… Yo creo que Desarrollo Social es una gran estructura de acompañamiento de la vida hoy.

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