Vivió cada minuto como si fuera el último. Protestó, gritó, festejó y fue ovacionado por los hinchas. Diferentes momentos de una final apasionante, pero todas unidas por una pasión: la camiseta de Racing que ama desde pequeño como simpatizante, luego como futbolista y hoy como entrenador. Por eso, sin dudas, Gustavo Costas fue el gran símbolo de la consagración en la Copa Sudamericana 2024.
El 18 de diciembre del año pasado, cuando fue presentado como director técnico para esta temporada, marcó el camino a seguir. Conocedor como pocos de la idiosincrasia de la institución de Avellaneda, estaba convencido que había que dar un salto de calidad: «Ver a Racing campeón es el sueño que tenemos y por lo que ya estamos trabajando. En su momento, logramos mantenernos vivos, con toda la gente que apoyó. Pero lograr algo internacional es lo que más quiero y lo que desea el hincha de Racing. No hay que competir más en las Copas, hay que ganarlas».
A poco mas de 11 meses de aquella conferencia de prensa en Avellaneda, en la que lo acompañó el presidente Víctor Blanco, Costas cumplió con su palabra. Armó un equipo intenso -fiel a su forma de ser-, marcado por la ferocidad ofensiva gracias a los goles de Adrián «Maravilla» Martínez, la velocidad de Maximiliano Salas, el talento de Juanfer Quintero, el despliegue de Juan Nardoni y Gastón Martirena, la técnica de Agustín Almendra, y la seguridad que brinda el arquero Gabriel Arias más los defensores Marco Di Césare, Santiago Sosa y Agustín García Basso.
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El 23 de noviembre de 2024 quedará grabado en la historia de Gustavo Costas. Una más para la grandiosa relación que mantiene con la Academia desde pequeño. Sí, porque fue mascota del legendario equipo que dirigió Juan José Pizzuti entre 1966 y 1967; más tarde sufrió el descenso como jugador en 1983, pero fue capitán en la vuelta a Primera en 1985; también ganó la Supercopa de 1988 -justamente contra Cruzeiro-; en 1999 era el técnico cuando se decretó la quiebra del club y ahora volvió para su tercer ciclo y se coronó internacionalmente, la gran cuenta pendiente.
“Yo todo lo que hice y hago en Racing lo hago desde el corazón”, repitió con orgullo. Cada vez que habla expone identidad racinguista genuina. Es un hincha más cuando se lamenta sobre pasado más oscuro y aclara que “los momentos de felicidad fueron solo en algunos tramitos”. Pero también los ojos le brillan al describir el presente: “El club está bien hoy, muy bien. Ganamos torneos y tenemos que seguir ganando”. Pero hay un hecho que tiene un valor incalculable, un mensaje sincero, que los simpatizantes creen: “Yo estoy bien si a Racing le va bien, esté Costas o quien sea”.
Unas horas antes de la final con Cruzeiro, en conferencia de prensa, había dicho que quería que lo recuerden más como hincha de la Academia que como técnico. «Hay que ganar como sea», exigió. Y la gloria llegó, pero no «como sea», porqe Racing jugó como debía, con fútbol y corazón. Jugó como quería Costas, el padre de la criatura.
La intensidad blanquiceleste este sábado en La Nueva Olla de Asunción no es casualidad. Es la marca registrada del exdefensor central. Así lo vivió, corrió, gesticuló, pidió. Antes de empezar el partido, besó las estampitas; después del silbato final, corrió desaforado, lloró, abrazó y felicitó a sus jugadores.
En los festejos no parecía un entrenador que ya cruzó 61 fronteras. Era un jugador más, enloquecido. Feliz. Costas fue parte de la felicidad. Costas es Racing.
La alegría del técnico campeón
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