Mostrar la cantidad de seguidores en la cuenta personal de Instagram es una de las vías que los influencers tienen para entrar a los VIP de las fiestas Bresh, un festival de música internacional oriundo de Argentina, que recorre hoy el mundo. Esa aceptación digital en los círculos exclusivos parece haber llegado al mundo de la diplomacia financiera: la vitrina de las redes sociales es también un lugar para enviar mensajes y legitimarse ante los mercados. Basta con ver las últimas 48 horas el caso de la Argentina que sirvió como para revertir, al menos por el momento, la venta de US$ 1.100 millones que el Banco Central registró la semana pasada cuando el dólar tocó por primera vez el techo de la banda de intervención.
Primero fue este lunes el mensaje de Scott Bessent en X, posteando que “todas las opciones de estabilización están arriba de la mesa” para la Argentina y que el gobierno estadounidense “hará lo que sea necesario”. Segundo dijo Donald Trump, ayer, en Truth Social Media (otra red social parecida a X). “Tiene mi respaldo completo y total para su reelección”, escribió el presidente de EE.UU.
Quizás el punto máximo de esta liturgia fue el mismísimo Trump entregando a Milei una copia impresa de su posteo, el inconsciente reflejo de que es mejor tener el papel en mano del mensaje que dejarlo en la nube. Más si de plata se trata.
En Miedo, el libro de Bob Woodward, editor adjunto de The Washington Post, sobre Trump basado en cientos de horas de grabación con el Presidente, queda retratado el significado de las redes sociales para Trump y el uso que de ellas hace.
-Twitter (N.E.: hoy X) es mi megáfono. Es la manera que hablo con la gente directamente, sin filtros. Me ahorro el ruido y las noticias falsas. Es la única manera que tengo para comunicarme con los diez millones de seguidores que tengo. Es más potente que salir en las noticias. Si voy a dar un discurso y lo cubre la CNN pero no me ve nadie, nadie se entera. Pero si pongo un tuit, es como si se lo dijera al mundo con un megáfono”.
Cuando Twitter anunció que un tuit podía tener 280 caracteres en vez de 140, Trump comentó románticamente. “Es una lástima. Era Hemingway en 140 caracteres”. Hoy en día en X se pueden escribir párrafos más extensos incluso.
Hasta ahora el dinero de esa promesa a la Argentina no llegó. Y no solo no está sino que no se sabe ni cuándo ni cuánto ni cómo. Todo esto vendría en las próximas horas. Hay cosas que igual no cambiarán rápido.
Milei seguirá siendo un presidente políticamente débil, al frente de una macroeconomía desequilibrada y con una gestión sobre la que pesa una amplia percepción social de corrupción. Tres atributos que arrojan una combinación que en las últimas administraciones no se habían manifestado al mismo tiempo.
De ahí que si bien en el cortísimo plazo los anuncios desde Estados Unidos estabilizarían el peso y los precios de los bonos, coinciden los analistas, “no se puede arreglar a la Argentina a esta altura solamente con más recursos de las finanzas internacionales”, dijo el ex director del FMI Alejandro Werner en un artículo del diario Financial Times. “El financiamiento de EE.UU. no es suficiente para estabilizar la Argentina al menos que una nueva coalición política apoye el programa económico”.
Pero esa es una manera que los economistas tienen de ver el eventual funcionamiento de un programa macroeconómico y de estabilización. La otra es hacerlo a través de los ojos de Trump y una mirada de más largo plazo del apoyo de Estados Unidos. Y ahí el término clave es alineamiento.
Los beneficios para Washington de una movida así con Argentina caben entenderse dentro de lo que hace poco dijo en Clarín el historiador y empresario Pierpaolo Barbieri: “Vivimos en un mundo con una nueva Guerra Fría, entre EE.UU. y China, clave para entender los próximos 50 años”. Y cuenta en un artículo hoy el periodista Santiago Spaltro que la Argentina controla recursos clave como litio, granos y energía que Estados Unidos busca ‘blindar’ de la influencia de China.
Por lo tanto una linea de ayuda financiera garantizaría a Washington prioridad en esos sectores a la vez que confirma lo que el último número de la revista Foreign Affairs dice un artículo importante de Robert Keohane y Joseph Nye -fallecido recientemente- titulado El final del largo siglo estadounidense. Los autores señalan que la administración Trump ejerce un poder duro (hard power) a través de la coerción y la asfixia económica (tarifas) en vez de la atracción o seducción y la interdependencia vía agencias y organismos que es lo que ellos denominaron décadas atrás poder blando (soft power).
Como China desafía hoy a EE.UU. en el mundo de las finanzas globales, prestando ayuda a países emergentes y vía los BRICS, Trump pretende retrotraer ese avance del Gigante.
La Argentina hoy no es un país o economía de peso a nivel mundial, pero no por ello no relevante en una era donde las lealtades geopolíticas se premian con acceso privilegiado al capital, alineamientos diplomáticos o un intercambio director de liquidez para enfrentar una corrida cambiaria. Todo al alcance de un tuit.
Pero en el fondo lo que importa en la economía son los fundamentals y nada de eso salvaría a la Argentina de tener que comprar reservas y fijar una paridad-dólar más alta como el FMI dice.