domingo, 9 marzo, 2025
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Gene Hackman, tres películas que ponen en valor su versatilidad para componer personajes complejos con irresistible maestría

Muerto recientemente a sus 95 años, el norteamericano quedó fijo en el imaginario de los espectadores a través de sus personajes algo ambiguos, muchas veces hieráticos, introspectivos o decididamente cínicos y despiadados, lo que le permitíó dotat a esas composiciones de un relieve insustituible, situándolo entre esos actores de los que se piensa que el rol que despliegan fue creado para ellos

Juan Aguzzi

Gene Hackman fue uno de esos actores que en apenas dos o tres films quedó fijo en el imaginario de los espectadores; no importa si era protagonista, porque su presencia y sus recursos generaban un plus que sumaba a los relatos más allá de los resultados finales; es decir, nunca pasaba desapercibido. Su ingreso al cine fue después de los 30 años, pero a partir de allí no dejaría nunca de actuar hasta trabajar en casi 80 películas, lo que lo convirtió en uno de los actores con más rodaje.

Hay por lo menos 15 títulos en los que actuó Hackman que no dejan de ser valiosos por sí mismos, pero en los que el actor brilló en sus interpretaciones entre los que pueden mencionarse Bonnie and Clyde (Arthur Penn, 1967); Contacto en Francia (William Friedkin, 1970); Espantapájaros (Jerry Schatzberg (1973); La conversación (Francis F. Coppola, 1973); El joven Frankestein (Mel Brooks, 1974); Contacto en Francia II (John Frankenheimer, 1975); Muerde la bala (Richard Brooks, 1975); Reds (Warren Beaty, 1981); Bajo fuego (Roger Spottiswoode, 1982); Sin salida (Roger Donaldson, 1987); Otra mujer (Woody Allen, 1988); Mississippi en llamas (Alan Parker, 1988); Los imperdonables (Clint Eastwood, 1992), Los excéntricos Tenenbaum (Wes Anderson, 2001).

En todas ellas, Hackman compuso personajes claves incluso para el desarrollo de la trama, y tal vez fuera su carácter algo ambiguo –muchas veces hierático, introspectivo o decididamente cínico y despiadado– lo que dotaba a esas composiciones de un relieve insustituible, situándolo entre esos actores de los que se piensa que el rol que despliegan fue creado para ellos. Aun así, para este cronista hay tres trabajos de Hackman que se destacan del resto y conservan y conservarán una vigencia extraordinaria hasta donde llegue el futuro. Se trata de Contacto en Francia (I), La conversación y Los imperdonables, tres películas notables donde la actuación de Hackman alcanzó ribetes superlativos y brilló su versatilidad para solventar de detalles y curiosidades a sus personajes.

Estoica y sufridad dignidad

El thriller Contacto en Francia (I) es un policial duro manejado con maestría por William Friedkin, quien dos años después filmaría El exorcista. Su estilo se solaza con el realismo  sucio, en boga en el cine norteamericano de los años 70, que cambiaría radicalmente lo que se había hecho hasta entonces con una camada de nuevos directores y un modo de  producir diferente. Hackman compuso allí al detective sin escrúpulos aunque empático Jimmy “Popeye” Doyle, quien intenta atrapar, junto a su destacamento, a narcotraficantes franceses que pretender inundar de heroína a una entonces desquiciada New York.

Con el ritmo frenético que ya es un sello en Friedkin cuando se trata de thrillers, Popeye es dueño de un temperamento volcánico, impulsivo y hasta vestido de Papa Noel en una tarea de vigilancia no puede ocultar su malhumor. Es probable que no sea un detective eficiente pero su determinación, junto a su intuición de perro de presa, le hacen ir siempre para adelante. Sus corazonadas no suelen dar buenos resultados y las situaciones de riesgo se suceden generando una intriga que parece no detenerse nunca.

El aspecto rústico y mala onda de Hackman, en encuadres de luz natural caminando entre calles llenas de basura, graffitis y un gris turbulento que todo lo baña, fue el adecuado para dar vida a Popeye. Lejos de contener aquellos atributos que suelen despertar simpatía, el personaje de Hackman atrapa desde su estoica y sufrida dignidad, viciada por momentos de humor absurdo y caricaturesco. Hackman conseguiría su primer Oscar por esta actuación.

El espía espiado

En La conversación, de Francis F. Coppola, Hackman es Harry Caul, un curioso detective construido con un detallismo preciosista que vive de espiar a cualquiera por el que le paguen, pero no soporta que nadie sepa mucho de él, al punto de perseguirse porque encuentra en su casa una botella de vino de regalo para su cumpleaños y no sabe cómo dieron con la fecha de su aniversario. Caul es un personaje huraño hasta la exasperación, que rechaza involucrarse emocionalmente con otras personas y también vive solo y hace su trabajo con una racionalidad imperturbable, aunque de a poco algo de lo “otro” se filtrará en su propia vida.

Así, pese a su celoso cuidado de no involucrarse en lo más mínimo en sus operaciones, Harry Caul caerá preso de una “malsana” curiosidad para su práctica y va a introducirse en esas vidas ajenas que espía, generando el verdadero conflicto del relato. La interpretación de Hackman está dotada de una genial ambigüedad; su Harry Caul es un personaje que puede resultar perturbador, pero a la vez tiene una fragilidad emocional intensa y puede vérselo lidiar con un trabajo que detesta y al que no puede renunciar. Su verdadera pasión, tocar el saxo en la soledad de su departamento sobre un el track de un disco que gira en la bandeja, es la única instancia de relax que conoce.

Cuando Caul advierta que lo que estuvo haciendo podría desembocar en un asesinato, la trama se invierte y el voyeur pasará a ser el vigilado y escuchado durante todo el tiempo. Es maravilloso como Hackman adquiere el rictus patético de quien se siente atrapado sin imaginar salida alguna. En la secuencia final todo para Caul va tornándose una pesadilla, sobre todo cuando queda prisionero de la paranoia de sentirse espiado y no encontrar el micrófono que lo convierte en víctima, al tiempo que destroza su apartamento con tal de encontrarlo y, ya desahuciado, se sienta a tocar el saxo para no sentirse morir. Esta última escena, al igual que la composición que Hackman hizo de ese personaje casi siempre al borde del surmenage, será memorable.

El sheriff tenebroso

En Los Imperdonables, el portentoso western de Clint Eastwood, compone a “Little Bill” Daggett, un sheriff cínico y perverso de una intensidad abrumadora. Es un personaje complejo con aristas que resultan perturbadoras, entre ellas la de encarnar el lado más sádico y brutal de la ley ateniéndose a una propia interpretación de los hechos y sin conmiseración alguna hacia quienes la infringen. Hackman dota su comisario de una impronta despiadada, de alguien que justifica sus propios crímenes con la convicción de que está manteniendo el orden.

El rostro imperturbable y peligroso que Hackman impone a su criatura para defender su corrupción y su ambición tiene una espesura dramática formidable; el actor lo asume a través de una rara síntesis entre la quietud y la amenaza visceral que genera temor sin necesidad de recurrir a la violencia explícita, aunque cuando la ejerce será hasta las últimas consecuencias, con el solo objetivo de demostrar que la ley que él representa, todo lo permite. Hackman infunde esa violencia en forma metódica y calculada, casi como un monarca impúdico, animando un villano singular, entre los más destacados del cine por su destemplada pero a la vez contenida furia. Fue un verdadero tour de force y le valió el segundo Oscar de su carrera a mejor actor secundario.

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