domingo, 9 febrero, 2025
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Tecnología: la derecha. Cultura: la izquierda

Continúa de ayer: “La máscara de la cuestión de género”,

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Esto no les gusta a los autoritarios

El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.

La asociación de las extremas derechas, desde Giorgia Meloni, pasando por Milei hasta Trump, con Elon Musk como significante de las empresas gigantes del Silicon Valley, implica una alianza de la ultraderecha con la tecnología, que tiene la seducción de ser el futuro, dejando a la izquierda asociada a la cultura, que representa los valores del pasado. Para el director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría, Rosendo Fraga, en esta dicotomía futuro/pasado está la explicación de la derrota del progresismo y el triunfo de neorreaccionarismo actual.

En el caso de Argentina, Menem, quien asumió en 1989, tiempo de la caída del Muro de Berlín, narraba un discurso de futuro en ir al Primer Mundo con el Consenso de Washington y el “fin de la historia”, dejando al resto de los políticos atrasados (“se quedaron en el 45”) y, como explican los psicólogos, el deseo de ser joven, que se desplaza en los mayores con estar actualizado, tiene mucha potencia. También Néstor Kirchner pudo instalar un discurso de futuro cuando, tras la caída de la Torres Gemelas y el fracaso de la primera ola de neoliberalismo, desde Latinoamérica y el sur parecía surgir el futuro de un nuevo progresismo con Lula, Evo Morales, Chávez y Mujica, los que con el devenir del tiempo mostraron sus diferencias democráticas.

Y Milei, como Trump o Meloni, en este nuevo ciclo, se apropia del significante futuro para revestir una visión retrógrada de novedad. Más allá de la capacidad de las audiencias de poder distinguir en lo inmediato humo de fuego, la pregunta de fondo es si en el devenir de lo real tekné será más determinante que episteme, si la habilidad por la cual se obtiene algo (el cómo) termina siendo más potente que el porqué.

El marxismo sostuvo siempre que la infraestructura: el basamento material y la economía, termina modelando la superestructura: la representación del mundo en ideas y la cultura. Mientras que los liberales sostuvieron siempre lo opuesto, que es la cultura la que termina imponiéndose sobre la economía: una población más educada tenderá a construir una sociedad más productiva, que genere la mayor cantidad y calidad de bienes.

De hecho, la ex Unión Soviética consolidó su sistema con los planes quinquenales de Stalin, que generaron un crecimiento económico a tasas superiores al promedio del capitalismo en la década del 30 del siglo pasado y que, a pesar de los costos de la Segunda Guerra, continuaron hasta fines de los 60, cuando se adelantó a Estados Unidos en la carrera espacial. Pero todo comenzó a desbarrancarse progresivamente a partir de los 70, con el surgimiento de la informática, cuando la ex URSS perdió el tren frente a Estados Unidos.

El derrumbe de la ex Unión Soviética se explicó porque la autocracia de partido único y sistema económico planificado era menos eficiente en la producción de bienes materiales e inmateriales que la democracia y el capitalismo de mercado, siendo estos sistemas de información: las elecciones enviaban periódicamente señales de la satisfacción de la población frente a determinadas medidas, y el mercado enviaba información sobre las preferencias de la oferta y la demanda. Mientras que los jerarcas rusos de el Gosplán y del Kremlin, sin esos sistemas de comunicación, llegaban siempre tarde a corregir errores.

Se podría decir que Marx en cierto punto tenía razón y que la derrota económica llevó a la ex Unión Soviética a su derrota política. Quedando la combinación de competencia electoral (democracia) con competencia económica (mercado) como el sistema más eficiente, que derivó en el pronóstico de fin de la historia en esta disputa.

Pero ahora China vino nuevamente a encender la competencia sistémica porque, con su capitalismo autoritario de partido único, viene creciendo más rápido que Occidente, demostrando ser más eficiente para producir bienes materiales e inmateriales. La explicación es que ahora la tecnología le permite al igualmente centralizado Partido Comunista chino saber las preferencias de sus ciudadanos tanto en materia de consumo de bienes materiales como simbólicos y aspiracionales casi antes de que los mismos ciudadanos sepan qué van a desear.

¿Si la ex Unión Soviética hubiera contado con la informática actual, podría haber subsanado el problema de comunicación dando rapidez de respuesta a su planificación? Probablemente el verticalismo y la jerarquización de la cultura china (el pasado), tan distinta de la cristiana de Rusia, no hubieran producido el mismo efecto con similares herramientas. En cuyo caso volvemos a la perpetua discusión sobre la primacía de lo material o lo simbólico, de la economía o de la cultura.

Finalmente, si la economía no sirve para mejorarle la vida a la gente en un sentido que además trascienda a lo solo material, será una ciencia inconclusa. Y el desacople de la democracia con el capitalismo, versus el acople del autoritarismo con el capitalismo, requerirá un tiempo para demostrar si hay que corregir la democracia o el capitalismo. Si invirtiendo causa por consecuencia, como venimos insistiendo en columnas previas, los megamillonarios tecnológicos que capturan la mayor parte del crecimiento de la renta de Occidente puedan seguir logrando convencer a las audiencias de que ellos son parte de la solución cuando, desde el punto de vista de distribución de la renta, son una parte del problema.

Las fuerzas democráticas tienen dos tareas: mostrar como, en solo una década, se produjo una inversión de la culpabilidad del 1% más rico (Occupy Wall Street en 2011) a los políticos (toma del Capitolio en 2021), y volver a construir una narrativa que genere futuro incorporando positivamente la tecnología también como herramienta de distribución de renta.

Solo la información y el conocimiento permiten tomar mejores decisiones. Solo con tekné o solo con episteme no será suficiente para un buen futuro.

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